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Saber decir adiós
Aprender a terminar es haber entendido que amar es un riesgo.
Saber separarse cuando no hay nada más que hacer es, de alguna manera, ser adulto.
Porque decir adiós a un amor que ya no merece esta denominación, es aceptar la pérdida de las ilusiones; es entender que el mito del amor para siempre y del "siempre tú, solo tú y nadie más que tú; es esto mismo: un mito, un imaginario lejano que produce estragos incalculables. Saber terminar es haber aceptado que el amor es nómada, aventurero y, que solo excepcionalmente, es para siempre.
Saber terminar es también saber decir adiós sin odio. Es aprender a recordar sin rabia y con nostalgia porque esta historia que está llegando a su fin estará ahí para siempre y habrá que saber vivir con ella, a pesar de ella, e incluso gracias a ella.
Saber que esta arruga encontrada hace poco en la esquina de su mirada, nació para recordar que cada historia de amor que vivimos se inscribe en la memoria pero también en el cuerpo y no será posible olvidarla nunca.
Saber vivir después del adiós es entender que este amor se inscribió en su historia y la cambió para siempre; es no olvidar nunca que un día no hace tanto, estuvo enamorado de esa persona, soñando con ella, construyendo con ella, proyectando y que existieron mañanas felices, días sin nubes, noches blancas, lluvias fecundas y tempestades dulces.
Recordar que si usted se enamoró fue por algo, algo que le gustó, que lo enamoró; hubiera dado todo por este amor... acuérdese. Esta persona que usted tanto amó, tanto ama todavía, se fue con otra... sí, claro, nada del otro mundo; el amor es así, ya lo dije: nómada, aventurero, imprevisible y fiel a sí mismo; encerrarlo, enjaularlo sirve para una sola cosa: matarlo.
El amor, como algunos animales, no se deja domesticar. Usted lo sabía y el día que tomó el enorme riesgo de amar, tenía que saber o por lo menos intuir -aún cuando en ese preciso momento del enamoramiento es inaceptable- que el amor existe por su mismo carácter inconforme, insaciable y móvil. Así es y es también lo que nos embriaga cuando caemos bajo su implacable poder.
Por supuesto, saber terminar para una mujer es una prueba desmesurada. Sin embargo se sabe que, en la mayoría de los casos de separación, son las mujeres quienes toman la decisión de terminar, tal vez por su incapacidad de vivir en un desierto afectivo. Es una prueba fuera de lo común por su misma historia, por su necesidad tan apremiante de saberse deseada y amada por un hombre.
Todo esto en una cultura que, en cuanto mujer, no le otorgó el mejor lugar y le negó a menudo la mirada amorosa de un padre presente, no tanto físicamente como simbólicamente. Un padre presente en las caricias, en los gestos, en la vida cotidiana, en la palabra. Amar para una mujer es entonces colmar y calmar todas estas carencias, cobrar a la vida lo que ésta no pudo darle a tiempo y así, más que amar, las mujeres quieren ser amadas y ser deseadas para existir.
Y con esto no estoy enunciando leyes inamovibles de la naturaleza, sino leyes de la cultura y de la historia individual de cada cual, todas susceptibles de cambiar. Entre más las mujeres existan por sí mismas, más sabrán separarse con menos dolor, con menos trauma.
Entenderán poco a poco que este hombre que ya no las ama no es maldito ni desalmado. No es sino un hombre vivo, un hombre cobarde tal vez, pero vivo; Y este hombre será siempre el padre de sus hijos, aun enamorado de otra. Este padre mágico para ellos, este padre que usted no tiene derecho de maltratar frente a quienes no tienen nada que ver con los problemas existenciales de la pareja.
Separase es también hacer que sus hijos vean a su papá y a la "novia de su papá" con la certeza de que estos enanos de la vida, qué digo, estos gigantes de la vida, siempre sabrán reconocer a su mamá, más aun, con la convicción de que su "ex" está enamorado, es que está vivo y feliz y que entonces será mejor padre que nunca.
Saber terminar es haber entendido que amar es un riesgo, el riesgo vital por excelencia y es saber que este riesgo volverá a presentarse en la esquina de su vida más pronto de lo que usted creía.
Por Florence Thomas
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