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Afrontar la pérdida de la pareja - Parte I


"Todos los cambios producen pérdidas, Así como todas las pérdidas requieren cambios". Robert A. Neimeyer

El cambio es un principio básico que opera en el Universo. Sin este movimiento continuo, sería imposible pensar en desarrollo, crecimiento, ni en transformaciones. Sin embargo si nos detenemos un momento a observarnos, descubriremos que la resistencia al cambio es una de nuestras más marcadas características humanas. Y es que asociamos el cambio con la pérdida. Cada situación que se va presentando en nuestra vida, pone a prueba las estructuras que con tanto trabajo construimos y que apuntalan nuestra realidad y nuestra noción de ser.

Dentro del proceso inevitable del cambio, la pérdida es una de las situaciones más rehuidas y amenazantes. Esta se puede experimentar en los distintos órdenes de la vida: desde los más simples y cotidianos (no tener la razón, no poder satisfacer algún deseo, etc.) hasta los más complejos y dolorosos (como la pérdida de un ser querido, la pérdida de la salud, el paso de los años, el sentimiento de soledad, etc.).

La pérdida genera un estado de estrés que ataca en mayor o menor grado, de acuerdo al alcance que damos a la situación. También trae aparejados otros sentimientos como dolor, angustia, desesperación, o negación del hecho.
Pero las circunstancias externas no son el elemento crucial en nuestras respuestas: La realidad que nos golpea no es tanto la exterior, sino la interpretación que de ella hacemos. Los estímulos nos llegan desde afuera pero es en nuestro interior en donde filtramos la información, la codificamos, la estructuramos, y desde allí elaboramos una respuesta.

En este sentido también actuamos con la sensación o la experiencia de la pérdida, pues la misma nos afecta en función de nuestra interpretación de las circunstancias. Esta interpretación está muy relacionada con nuestro contexto inmediato: nuestra cultura, nuestra formación, nuestros principios y valores. Ello se pone en evidencia cuando observamos las reacciones de diferentes personas ante hechos similares, como por ejemplo, el hecho de que para algunas culturas, la muerte de una persona sea vivida como una tragedia desgarradora y para otras, la muerte sea la liberación del alma de la esclavitud de la carne.

No se trata de generar una interpretación más benevolente –una especie de autoengaño condescendiente y estéril-, sino de cambiar el enfoque desde una perspectiva de pérdida, a una noción más amplia de aceptación del cambio. Si comprendemos que la pérdida, aún la más dolorosa, si bien nos cierra muchas puertas, permite que, pasado el proceso inevitable y necesario del duelo, se encuentren nuevas alternativas o formas de encarar la vida, saldremos del trance enriquecidos con los frutos del dolor: mayor capacidad de amar, de comprender, de empalizar; mayor sensibilidad y profundización del sentido de la existencia, un silenciamiento interior que nos sacude de la rutina de lo previsible y nos permite reflexionar acerca de las cuestiones fundamentales y trascendentes de la vida.

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